domingo, 26 de mayo de 2013

MOISES BALBIN

Conoce a Moisés Balbín, el maestro del bordado, 
(asociado de CENDAF)


Escribe César Chaman

Lima, feb. 22 (ANDINA). A sus 77 años de edad, el maestro desea firmemente aprender un poco de computación. Su nieto Américo –un púber en bermudas y zapatillas a la moda– le ha contado que en Internet hay cantidad de reportajes que hablan de sus mantos bordados al estilo del Mantaro.


ANDINA

De puro buena gente, el muchachito le imprimió a colores un par de artículos tomados de la red que el maestro conserva con orgullo en un fólder de cartulina trajinada de tanto llevar y traer diplomas, certificados, agradecimientos, constancias y felicitaciones.


Cuando finalmente consiga desentrañar los secretos de la computadora y las redes sociales, el maestro tendrá en sus manos una herramienta poderosa para impulsar el que podría ser el proyecto más importante de su carrera: lograr que la Unesco declare al huaylarsh "patrimonio cultural inmaterial de la humanidad".

Por ahora, los instrumentos que domina a la perfección en su pequeño taller, en el distrito de Independencia, son el bastidor y la aguja para bordar, además de la máquina costurera, una Singer de hace sesenta años que funciona a pedal y que bien podría integrarse al museo de las tecnologías pre cibernéticas.

Con estos tres elementos, sobre cualquier tela firme, el maestro da vida a cantutas, crucifijos, picaflores en vuelo, rosas de novia, rostros de Cristo doliente, claveles, felinos serenos o furiosos, toros de lidia, aves, mariposas, diablos emplumados, animales de granja y escenas diversas de la vida en el campo.

Desde su infancia en el distrito de Chupaca, donde fue criado por su familia materna, lo suyo es contar coloridas historias cotidianas con hilo y aguja. Con algo de modestia, en cada uno de sus trabajos el maestro elige un lugar apropiado para inscribir sus iniciales: "M" de Moisés, "B" de Balbín.

PRÁCTICA Y APRENDIZAJE
Todas las distinciones que ha recibido por décadas, de universidades, ministerios, municipios, colegios profesionales e instituciones educativas, forman parte de un mismo reconocimiento colectivo a su labor como promotor de la cultura popular andina.

Para Moisés Balbín Ordaya, la naturaleza de la deferencia es aún difusa: desde que llegó a Lima, a los 15 años, él solo ha pretendido mostrar las posibilidades del arte que heredó de su abuela y de las "cutunchas" que ayudaron a criarlo en el anexo de Curpac.

Sus primeros bordados, en la década de 1940, los trabajó para adornar las manguillas que los danzantes de su pueblo –a toda gala– usaban para animar las fiestas patronales.

Entonces, el beneficio era doble. Él mejoraba el vestuario de los bailantes amigos y, a la par, desentrañaba para sí los misterios del zapateo en el huaylarsh agrario, las secuencias satíricas de la Chonguinada, los compases del Shapish y su simbología guerrera, la cadencia de un Tinyacuy sentido en el alma.

Así, con los años, Balbín hizo suyo un repertorio amplio de danzas costumbristas que incluye, además, la Llamichada, la Priostada, el Cañayquinto, el huaylarsh carnavalesco, la Huaconada y otros bailes típicos de la región Junín.

En esa etapa de tradición aún intacta, previa a las oleadas de la migración más intensa y los procesos de mestizaje campo-ciudad, el maestro aprendió a valorar la pureza en la vestimenta y la danza. Por eso, quizás, se sorprende al descubrir que una pieza como el cutón, básica del atuendo femenino en el valle del Mantaro, se achica cada vez más.

En una de la tantas ocasiones en que le tocó ser jurado de un concurso de huaylarsh, Balbín puntuó bajo a una señorita cuyo cutón había sido recortado al tamaño de una minifalda para mostrar el fustán bordado a todo color. Cuando el promotor de la bailarina fue a exigirle explicaciones por su severidad en la calificación, él respondió con firmeza: "¡Señor, yo soy jurado de huaylarsh, no de ropa interior!"

DISTORSIÓN COMO RIESGO
"Yo defenderé el arte del Mantaro hasta con piedra", garantiza el maestro, para dejar sentada su crítica a los que se hacen llamar "innovadores de arte", aquellos que incorporan –en nombre del espectáculo– brillos y lentejuelas al traje típico, con el afán de hacerlo más vistoso a los ojos de un público que se deja deslumbrar con facilidad.

Moisés Balbín, que llegó a Lima a los 15 años y trabajó como guardián en una granja de pollos en Barranco, que fue mozo en un restaurante de barrio, que fue técnico de laboratorio durante gran parte de su vida, se dedica ahora a enseñar lo que más sabe: danza folclórica y técnicas de bordado.

Además, es director de un conjunto de música y baile al que bautizó como Embajada Folclórica del Centro Chupaca, con el que presenta danzas costumbristas en Chosica, Vitarte, Puente Piedra, San Juan de Lurigancho y allí donde lo llamen.

Los martes y jueves por la tarde, el maestro dicta un curso de bordado al estilo del Mantaro en el Museo de la Cultura Peruana, en la avenida Alfonso Ugarte, a una cuadra de la plaza Dos de Mayo. "Tengo alumnos de todos lados –explica Balbín–, vienen señoras tanto de Comas como de San Isidro y Miraflores".

Los estudiantes valoran el nivel de exigencia en todas sus lecciones. "Es importante la teoría, pero también la práctica", comenta.

En su contacto con los principiantes, pone mucha paciencia para fijar el rumbo del aprendizaje, pero a quienes ya pasaron al segundo ciclo, o al tercero, les reclama que hagan trabajos en serio, sobre prendas que deben quedar listas para la venta.

"Una de mis alumnas quería hacer un bordado sobre un vestido de novia que debía mandar a Europa, para un matrimonio a todo dar. La animé, le dije que no tuviera miedo; al final le quedó precioso, con figuras pequeñas alrededor de la manga y el cuello y un cinturón rematado por una cantuta".

De España le hacen pedidos semanales de bordados de flores pequeñas que son aplicados en pantalones y bolsos. Cada una de estas piezas se vende a veinte nuevos soles, monto que compensa el material, la habilidad y la dedicación del artista.

"En tiempos de Velasco Alvarado había mucha promoción del arte andino –recuerda don Moisés–. En esa temporada me presentaba con todo mi grupo de danza en Chosica; allá practicábamos en el coliseo Inti, con la orquesta Ingenio Wanka."

Los primeros años de la década de 1970 fueron de revaloración del indio, del cholo. Y en todo el país retumbaba el eco del mensaje reformador: "Campesino, el patrón no comerá más de tu pobreza". El maestro Balbín rememora esa época con añoranza. "Hoy, hasta del local de la municipalidad de Independencia me han sacado", se queja, al relatar que dictaba clases de baile típico para niños y jóvenes de ese distrito, en un esfuerzo que podría merecer un poco más de apoyo edilicio. "Con el arte, yo alejo a los muchachos de la droga. ¿Qué quieren las autoridades, que los chicos se pierdan en el pandillaje?"

EN PELIGRO DE EXTINCIÓN
A sus 77 años, el maestro ha visto el amanecer, el mediodía y el ocaso del costumbrismo en la capital, la tergiversación de la raíz y el torcimiento del tallo. Sin embargo, no pierde la esperanza de ver convertido al huaylarsh, por lo menos, en patrimonio universal.

Lo que tampoco ha perdido Balbín es su valiosa colección de vestidos típicos del centro: 51 trajes para varón y otros tantos para mujer, incluyendo rucupas, mantas, chuspas y cutones. Los zapatos no están incluidos en el atuendo, pues el calzado es responsabilidad de cada bailante. Con el alquiler de estos vestidos solventa sus gastos, que no son otros que los de difundir el arte en cuanto espacio se presente propicio.

No pasa apremios económicos, pues, aunque modesta, tiene una pensión de jubilado y alquila la mitad de su pequeño puesto, en el mercado de la avenida Los Pinos de Independencia, a una señora que vende cebiche y chanfainita en carretilla.

"El carnaval era cortejo; ahora es vandalismo", critica, al observar, de paso, que el huaylarsh carnavalesco se está deformando. "Los bailarines entran en la pista para hacer acrobacias; las mujeres van 'guapeando' y sacudiendo la pollera. ¡Qué es eso!", se admira.

Don Moisés recibió un homenaje el viernes de la semana anterior, por su trabajo de promoción y defensa del arte andino. Lo acompañaron sus amigos folcloristas, sus familiares y algunos alumnos. Él hubiera querido que el reconocimiento se lo ofrecieran al arte mismo, encarnado en el compromiso de apoyo para rescatar tradiciones en verdadero peligro de extinción.

POR UN ARTE AUTÉNTICO
"Estoy entre los que defienden la autenticidad del arte, tal como reclamaba José María Arguedas; defiendo la forma como se vestía, se cantaba y se bailaba en el pasado, cuando no había esta adulteración de la danza costumbrista", asegura Balbín.

En el fondo de su conciencia, el maestro comprende el origen de las desviaciones: para muchos, el folclor se ha vuelto un negocio como cualquiera, donde todo se compra y todo se vende.

Una manta para una bailarina de huaylarsh, por ejemplo, cuesta 400 nuevos soles; un cutón, 60; una pollera vale 900, pero como se necesitan dos, la suma da 1,800; un sombrero se vende a 25, y un par de manguillas, a 50. El atuendo de caballero es más barato, pero no baja de 500. Así, poner una pareja de bailarines en escena demanda, solo en vestuario, alrededor de 2,850 nuevos soles.

A eso hay que sumarle el pago a la orquesta, el alquiler del local, el equipo de sonido y la seguridad, las licencias respectivas, el transporte, las banderolas de la convocatoria y la impresión de tarjetas de invitación. Para afrontar esos gastos, tal parece que no queda más que vender comida en paila y cerveza a raudales.

(FIN) DOP/ EVC

Fecha: 22/02/2013

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